Todo empezó un 10 de septiembre. Me sorprendí mucho cuando recibí un DM de Tom Hayward en instagram. Hacía poco me había ido del que fue mi primer trabajo como diseñadora gráfica y me encontraba ante mi primer encargo formal como freelance.

Ya lo cuento en el proyecto: el entusiasmo de Tom por su hobbie como apicultor es muy contagioso, y rápidamente me vi envuelta en un proyecto al que no sabía que cogería tantísimo cariño.

Los dos teníamos muchas ganas de crear algo novedoso, bonito... Algo que quisieras guardar o regalar. Pero como reto personal me propuse encontrar algo nuevo que contar sobre este mundo de la apicultura y las abejas a través del packaging.

En esta búsqueda di con diferentes artículos que hablaban sobre tipos de visión de los insectos, lo que me llevó a plantear el diseño desde otro punto de vista.

Entonces Tom me envió este artículo escrito por Brian Collins (We Are Collins) en el que hace una reflexión sobre la vida y sus ciclos, la humanidad y el diseño. Y para mí fue un punto y final a la conceptualización del proyecto.

El espectro visible del ser humano abarca desde los rojos hasta los violetas. En cambio, aunque las abejas no pueden percibir los rojos,  su espectro visible sí que se extiende hasta los ultravioletas.
Por el camino di con las fotografías de Craig P. Burrows, en las que podríamos imaginar perfectamente cómo sería observar una flor desde los ojos de estos insectos.

No sólo vemos colores más violáceos, sino que además observamos lo que se llaman “caminos de néctar”, que las abejas usan como guía para su recolección.